Carta de un marido a su esposa

Querida Delia:

Espero que ese proyecto en Australia siga viento en popa, pero dile de mi parte a tu jefe que es un explotador. Ya ha pasado más de un mes desde que te fuiste por motivos laborales y la niña y yo te echamos mucho de menos. Simba en cambio está encantado, porque ahora puede dormir en todas las camas, je je. Dice Susanita que lavaremos los edredones antes de que vuelvas, pero yo me temo que vas a encontrar pelos de gato hasta en la nevera.

Nuestras vacaciones van bien. Hoy he llevado a Susi a la playa y se ha hecho muy amiga de un muchachito de diez años. Han construido castillos juntos y el caballerete le ha enseñado (bajo mi atenta mirada) los rudimentos de la natación. Tiene guasa... "tengo miedo, papi, tengo miedo, llévame a la orilla, porfi", para que después venga un desconocido y nos la convierta en una pequeña Esther Williams.

Me aburro mucho sin ti. Además yo no sé tratar a los vecinos como haces tú. A mí me miran raro, de verdad, aunque tú digas que son figuraciones mías. Vuelve pronto y cuida de nosotros, y que se joda Simba si no le dejas subirse a las camas.

Hoy el cartero nos ha traído tu sorpresita. Que no tengas cobertura telefónica ni conexión a internet en ese desierto es una puñeta, pero bien merece la pena si eso nos sirve para recibir esta clase de regalitos. Nos ha encantado.

En cuanto he visto ese paquete de inmemorable dirección remitente he sabido que sería una grabación para felicitar a Susana por su séptimo cumpleaños. Lo que no me esperaba es lo otro. ¿Se te ocurrió pensar que podría haber dejado a la niña viendo a solas la grabación? ¡Vaya un trauma para ella si llego a hacerlo así! Pero no, me conoces bien y sabías que estaría atento...

Me ha gustado mucho verte en ese papel de madre amorosa, y Susana ha palmeado de alegría cuando te ha visto soplar las velas de esa humilde tarta. Incluso las ha soplado desde aquí, como si pudiera apagarlas con una semana de retraso y miles de kilómetros de distancia. Me pregunto cómo te las habrás ingeniado para conseguir siete velitas en ese lugar inhóspito donde ni siquiera podéis comprar comida fresca. Ay, lo que no haga una madre...

A Susi no le ha hecho mucha gracia cuando hemos llegado al minuto veinticinco de la cinta. A partir de ahí has cambiado el registro y has pedido que nos deje a solas. No se quería ir, y la muy descarada decía: "¡Es tu mujer pero también es mi madre y quiero verla!" Ja ja ja, es graciosa, y más lista que el hambre. Ha salido a ti, lo admito.

Será por ese tono moreno que tiene ahora tu piel, estás guapísima. Por cierto, cuando te tengo a mano no bailas así eh. Tampoco sabía que te gustaba esa música que has usado para... ejem, para lo que la has usado. Gracias por todo, mi vida.

Te queremos, y tú lo sabes, ¿verdad?

Tu amantísimo esposo,

Leo.


PD: Hace cuatro días tus padres y tu hermano tuvieron un accidente de tráfico. No sé cómo acabará todo, ahora mismo están en la uci. Ya me han dicho que si la cosa no marcha bien quieren ser incinerados, así que no te preocupes por nada.

Eduardo (II)

[...]


»Por fin volvía aquella noche del 16 de Agosto. Una bonita noche de sábado en la que estaba fumando en la ventana de mi dormitorio. Intentaba apaciguar los nervios. Miraba a la calle y dejaba que la brisa cálida se llevara el humo del cigarrillo. No dejo de pensar en lo diferente que sería todo ahora si no me hubiera quedado en casa fumado aquel Lucky. Lucky, afortunado. Qué bromas tiene la vida, y qué mala leche. Como te decía estaba allí, apoyado en el alféizar, cuando un movimiento me hizo mirar al parque. Era ella. Pero no venía sola, iba acompañada de David. En ese instante mi cabeza se puso a trabajar a mil por hora, ¡¿Qué hacía con él?! ¿No se supone que estaba pasando unas vacaciones en familia? No podía entender lo que ocurría, de modo que esperé a que subieran. Quería comprender que pasaba.

»Intenté no ponerme en lo peor, aunque la situación lo ponía fácil. De repente oí como entraba la llave en la cerradura y se abría la puerta. Por sus caras supe que no me esperaban allí. Tenía la costumbre de irme los sábados con mis amigos para desconectar de todo, sin embargo aquella anulé todos mis planes para estar con ella. Quería darle una sorpresa, pero el que se la llevó fui yo. Había estado dos semanas amargado, pensando en cómo arreglar las cosas y creyendo que el culpable era yo, ¿¡y aparece de repente en mi casa con David tras haber estado dos semanas fuera quién sabe donde?! No podía ser cierto.

»Pero yo seguía obsesionado. Quería evitar a toda costa perderla. Así que decidí quitar a David de en medio. Fue fácil, aunque no agradable. Todo hubiera salido bien si no llega a ser por ese gato estúpido que sacó la mano del contenedor de basura.

»Y eso es todo, picapleitos. No quiero tu defensa, no la merezco. Quería recuperarla y lo único que hice fue perderla, ahora me odia. Sólo quiero pudrirme en la cárcel.

La abogada, pálida y temblorosa, se marchó sin decir nada. Al día siguiente Eduardo fue visitado por un abogado:

– Hola, me llamo Víctor Sánchez, y soy el abogado que ha designado el Colegio de Abogados para usted tras la renuncia de Claudia Blasco, quien por cierto me ha confiado una carta dirigida a su nombre. Aquí la tiene.

Eduardo cogió el sobre cerrado que le tendía su nuevo abogado. Sin mirarlo siquiera lo despedazó y tiró los restos a la papelera.

–Ya le dije a esa tía que no quiero defensa alguna, y tampoco me interesa lo que tenga que decirme en una carta.

Pero quizás, sólo quizás, Eduardo hubiera hecho bien en leer esa carta que decía:

“Querido Eduardo:

El mundo es un pañuelo, y a veces un pañuelo empapado de lágrimas.

Espero que te vaya bien con tu nuevo abogado y que él sepa hacerlo mejor que esta inexperta y recién licenciada en Derecho. Hazme caso y alega enajenación.

Tenías razón en una cosa. Aquella niña que conociste con seis años no murió. Si es cierto que sufrió un accidente, pero para nada estuvo al borde de la muerte. Sus padres tuvieron problemas financieros y se mudaron sin decir nada a nadie justo el día en que ella salió del hospital. Supongo que por eso los vecinos pensaron que había muerto y que se mudaban para olvidar su muerte, pero no fue así. Por eso no podías saber que estaba viva, y mucho menos que era la abogada a la que llamabas “pequeña picapleitos”.

El mundo es un pañuelo, y a veces un pañuelo empapado de lágrimas.

Lamento que las cosas hayan acabado así.

Claudia.”

Eduardo (I)

Antes de leer esta entrada te aconsejo que leas la anterior, ya que si no puede que haya cosas de las que no te enteres muy bien.

Voy a publicar el relato en dos entregas, pues una entrada demasiado larga suele causar rechazo. Aquí va la primera parte:



EDUARDO

–Es que, de verdad, no sé por dónde coger tu caso. Así no hay manera, Eduardo.

La abogada calla y aguarda alguna respuesta, pero Eduardo no tiene nada más que decir por el momento. Durante unos segundos se sostienen las miradas. Ambos tienen unos veintisiete años. Ella es delgada y bonita sin ser bella. Él es un hombre normal, nada en él nos llamaría la atención si nos lo cruzáramos por la calle. Finalmente la abogada retoma la conversación:

–Pero hombre, miénteme o dime algo que te ponga las cosas más fáciles. Tal como me lo pintas te va a caer una buena. Usa la cabeza, Eduardo. Lo hecho, hecho está, pero no lo compliquemos más. Cuéntame algo que nos sirva para alegar enajenación, o que por lo menos nos sirva de atenuante. ¿Estabas bebido, drogado, depresivo, medicado...?

–No. Era muy consciente de lo que hacía. No hay más historia -.Responde Eduardo mientras enciende el sexto cigarrillo del día, a pesar de ser sólo las ocho y diecisiete de la mañana-.

–Pero... No puede ser. Nadie hace algo así y se queda tan fresco. Tenías que estar...

–¡Era perfectamente consciente de lo que hacía, joder! Lo hice porque la quería. Fue premeditado y ahora me da todo igual. ¡No quiero una defensa! ¿Me entiendes?

–No, Eduardo, no te entiendo. Lo siento pero no puedo entenderte–. Contesta la abogada tranquila y, podría decirse, tristemente.

–Vale, pequeña picapleitos, voy a explicártelo otra vez, pero hoy no me jodas con preguntas como hiciste ayer. Hoy dejarás que te lo cuente todo sin interrumpirme, ¿estamos?

–Estamos. Adelante.

La abogada se recuesta sobre el respaldo de la incómoda silla, cruza las piernas y mira con atención a Eduardo, quien por enésima vez en apenas una semana cuenta de nuevo su historia:

“Patricia tenía dos semanas de vacaciones y se fue a pasarlas a casa de sus padres (o al menos eso me dijo), a pesar de que yo le había pedido que no lo hiciera. Llevábamos una temporada distantes, apenas hablábamos y cada vez nos veíamos menos, y eso que vivíamos en la misma casa. Estas vacaciones podrían haber servido para arreglar las cosas. Notaba que estaba empezando a perderla y no podía hacer nada, estaba al otro lado del charco.

»Pensé que lo mejor sería olvidar todo hasta su vuelta, así que me centré en mi trabajo y procuré no pensar en ella. No parecía muy difícil, solo iban a ser dos semanas. Pero no fue así, no podía parar de pensar en ella a todas horas. Intentaba imaginarme que estaría haciendo en cada instante y si de verdad estaba con sus padres o era una excusa para irse con su amiguito David. Y es que si estábamos distantes no era por casualidad, habíamos discutido unas semanas atrás por ese tema.

»Todo hay que decirlo, soy un hombre bastante posesivo y celoso. Supongo que será por un trauma o algo así, dicen que el primer amor nunca se olvida. Dicen que era cosa de niños, que tendríamos solo seis años, pero algo así no se borra de la memoria a la primera de cambio. Por aquel entonces yo era un niño bastante solitario, solía jugar solo en el parque y no me relacionaba con ningún otro niño. Hasta que por fin apareció ella, era perfecta. Pero no sé si fue el destino o una casualidad, el caso es que ocurrió algo que me impidió volver a verla. Dicen que murió, aunque yo no lo tengo tan claro.

»No podía perder también a Patricia, con Claudia había sido suficiente. Decidí hablar con ella a su vuelta, confesarle que no podía vivir sin ella y que quería apostar por nuestra relación. Teníamos que arreglarlo aunque fuera difícil.


[Continuará pronto…]


Inocencia

A los seis años el mundo le parece a Claudia infinito, misterioso y lleno de aventuras, y siente que la vida es eterna. Sabe que la gente se muere porque alguien se lo ha dicho, pero lo sabe como sabe que existen cosas llamadas planetas o microbios; es algo que no puede ver y que por tanto no va con ella.

La vida de Claudia consiste en unos padres cariñosos y atentos, en sus maestros y amigos del cole, en su colección de peluches y muñecas, y desde unos meses sobre todo en un niño que se llama Eduardo y al que ama secretamente.

El pequeño Eduardo también tiene seis años y va a la misma clase que Claudia. Está pletórico de salud, belleza, ilusiones y timidez. Desde que Claudia vio por primera vez a ese niño tan especial casi no piensa en nada que no sea él. Se ha enamorado de la manera intensa y casta que tienen los niños de enamorarse, con pensamientos inocentes y una incomprensible necesidad de acercamiento físico y nerviosismo ante la proximidad de la persona amada.

Una tarde -una cualquiera- Claudia ve a Eduardo jugando en un parque -uno cualquiera-. El niño, arrodillado e inmerso en quién sabe qué fantasías habla quedamente a sus coches de juguete poniendo perdidas de barro las rodilleras de los pantaloncitos vaqueros. "Su mamá le va a castigar", piensa Claudia, siempre preocupada por el objeto de su amor platónico. Después de esa idea otro pensamiento muy diferente se adueña de sus actos. Agarra firmemente el folio en el que a su manera había hecho un dibujo para él (aun no sabía escribir cartas de amor), y con él en la mano y el corazón en la boca se acerca a Eduardo. Claudia se arrodilla frente al niño, le tiende el dibujo y en un impulso dice:

-¿Me das un beso, Eduardo?

Él, sin levantar la vista de sus juguetes, se queda mudo y paralizado. Nunca le había pasado algo así. Claudia ve enrojecerse los pequeños mofletes de Eduardo. Transcurren interminables segundos pesados y fríos durante los que el mundo -infinito, misterioso, lleno de aventuras- parece haberse parado para Claudia. El niño exagera su gesto de concentración y tiene ahora el entrecejo arrugado y los labios fruncidos. Claudia, con la mano que sostiene aquel dibujo extendido, empieza a pensar que ha cometido un error. Él, aún con la mirada clavada en el suelo y el gesto reconcentrado se sorbe los mocos y limpia su chata nariz con la manga de la bata escolar. Claudia siente que además del tiempo se ha detenido su corazón. Entonces él levanta la cara, mira atentamente a esa compañera de colegio que gusta tanto a todos sus amigos y se da cuenta, por primera vez, de lo guapa que es. Eduardo coge el dibujo. Es demasiado joven para saber cómo actuar en situaciones incómodas como aquella, cuando al fin responde: "Bueno", dice Eduardo con la voz segura.
Entonces se dan un fugaz beso en la mejilla mientras algo les cosquillea por dentro.

A los seis años el mundo le parece a Claudia infinito, misterioso y lleno de aventuras, y siente que la vida es eterna. Sabe que la gente se muere porque alguien se lo ha dicho, pero no puede saber que ella misma morirá atropellada dentro de una semana.

Eso, al menos, le librará de ver a Eduardo, que con el paso de los años acabará convertido en un mal hombre -uno cualquiera-.

Agudizando los sentidos.

Buscando en cualquier parte, en cada palabra, canción o incluso en un gesto...intentando que la imaginación vuelva a funcionar…recordando cómo era eso de sentarse frente al ordenador y empezar a escribir. Quizá este oxidada y sea imposible, quizá no…quizá haber empezado a escribir esto sea el primer paso…o puede que solo sea un amago. Tal vez la única manera de comprobarlo sea mediante el método de acierto o error…

No se para que servirá este blog, ni siquiera si durará abierto durante mucho tiempo…todo está en manos de mi imaginación.

Así pues, queda oficialmente inaugurado este solitario y , por el momento, vacío blog; Puede que la segunda entrada sea mejor…o puede que no, habrá que comprobarlo.