Eduardo (I)
Antes de leer esta entrada te aconsejo que leas la anterior, ya que si no puede que haya cosas de las que no te enteres muy bien.
Voy a publicar el relato en dos entregas, pues una entrada demasiado larga suele causar rechazo. Aquí va la primera parte:
–Es que, de verdad, no sé por dónde coger tu caso. Así no hay manera, Eduardo.
La abogada calla y aguarda alguna respuesta, pero Eduardo no tiene nada más que decir por el momento. Durante unos segundos se sostienen las miradas. Ambos tienen unos veintisiete años. Ella es delgada y bonita sin ser bella. Él es un hombre normal, nada en él nos llamaría la atención si nos lo cruzáramos por la calle. Finalmente la abogada retoma la conversación:
–Pero hombre, miénteme o dime algo que te ponga las cosas más fáciles. Tal como me lo pintas te va a caer una buena. Usa la cabeza, Eduardo. Lo hecho, hecho está, pero no lo compliquemos más. Cuéntame algo que nos sirva para alegar enajenación, o que por lo menos nos sirva de atenuante. ¿Estabas bebido, drogado, depresivo, medicado...?
–No. Era muy consciente de lo que hacía. No hay más historia -.Responde Eduardo mientras enciende el sexto cigarrillo del día, a pesar de ser sólo las ocho y diecisiete de la mañana-.
–Pero... No puede ser. Nadie hace algo así y se queda tan fresco. Tenías que estar...
–¡Era perfectamente consciente de lo que hacía, joder! Lo hice porque la quería. Fue premeditado y ahora me da todo igual. ¡No quiero una defensa! ¿Me entiendes?
–No, Eduardo, no te entiendo. Lo siento pero no puedo entenderte–. Contesta la abogada tranquila y, podría decirse, tristemente.
–Vale, pequeña picapleitos, voy a explicártelo otra vez, pero hoy no me jodas con preguntas como hiciste ayer. Hoy dejarás que te lo cuente todo sin interrumpirme, ¿estamos?
–Estamos. Adelante.
La abogada se recuesta sobre el respaldo de la incómoda silla, cruza las piernas y mira con atención a Eduardo, quien por enésima vez en apenas una semana cuenta de nuevo su historia:
“Patricia tenía dos semanas de vacaciones y se fue a pasarlas a casa de sus padres (o al menos eso me dijo), a pesar de que yo le había pedido que no lo hiciera. Llevábamos una temporada distantes, apenas hablábamos y cada vez nos veíamos menos, y eso que vivíamos en la misma casa. Estas vacaciones podrían haber servido para arreglar las cosas. Notaba que estaba empezando a perderla y no podía hacer nada, estaba al otro lado del charco.
»Pensé que lo mejor sería olvidar todo hasta su vuelta, así que me centré en mi trabajo y procuré no pensar en ella. No parecía muy difícil, solo iban a ser dos semanas. Pero no fue así, no podía parar de pensar en ella a todas horas. Intentaba imaginarme que estaría haciendo en cada instante y si de verdad estaba con sus padres o era una excusa para irse con su amiguito David. Y es que si estábamos distantes no era por casualidad, habíamos discutido unas semanas atrás por ese tema.
»Todo hay que decirlo, soy un hombre bastante posesivo y celoso. Supongo que será por un trauma o algo así, dicen que el primer amor nunca se olvida. Dicen que era cosa de niños, que tendríamos solo seis años, pero algo así no se borra de la memoria a la primera de cambio. Por aquel entonces yo era un niño bastante solitario, solía jugar solo en el parque y no me relacionaba con ningún otro niño. Hasta que por fin apareció ella, era perfecta. Pero no sé si fue el destino o una casualidad, el caso es que ocurrió algo que me impidió volver a verla. Dicen que murió, aunque yo no lo tengo tan claro.
»No podía perder también a Patricia, con Claudia había sido suficiente. Decidí hablar con ella a su vuelta, confesarle que no podía vivir sin ella y que quería apostar por nuestra relación. Teníamos que arreglarlo aunque fuera difícil.
[Continuará pronto…]