Eduardo (II)
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»Por fin volvía aquella noche del 16 de Agosto. Una bonita noche de sábado en la que estaba fumando en la ventana de mi dormitorio. Intentaba apaciguar los nervios. Miraba a la calle y dejaba que la brisa cálida se llevara el humo del cigarrillo. No dejo de pensar en lo diferente que sería todo ahora si no me hubiera quedado en casa fumado aquel Lucky. Lucky, afortunado. Qué bromas tiene la vida, y qué mala leche. Como te decía estaba allí, apoyado en el alféizar, cuando un movimiento me hizo mirar al parque. Era ella. Pero no venía sola, iba acompañada de David. En ese instante mi cabeza se puso a trabajar a mil por hora, ¡¿Qué hacía con él?! ¿No se supone que estaba pasando unas vacaciones en familia? No podía entender lo que ocurría, de modo que esperé a que subieran. Quería comprender que pasaba.
»Intenté no ponerme en lo peor, aunque la situación lo ponía fácil. De repente oí como entraba la llave en la cerradura y se abría la puerta. Por sus caras supe que no me esperaban allí. Tenía la costumbre de irme los sábados con mis amigos para desconectar de todo, sin embargo aquella anulé todos mis planes para estar con ella. Quería darle una sorpresa, pero el que se la llevó fui yo. Había estado dos semanas amargado, pensando en cómo arreglar las cosas y creyendo que el culpable era yo, ¿¡y aparece de repente en mi casa con David tras haber estado dos semanas fuera quién sabe donde?! No podía ser cierto.
»Pero yo seguía obsesionado. Quería evitar a toda costa perderla. Así que decidí quitar a David de en medio. Fue fácil, aunque no agradable. Todo hubiera salido bien si no llega a ser por ese gato estúpido que sacó la mano del contenedor de basura.
»Y eso es todo, picapleitos. No quiero tu defensa, no la merezco. Quería recuperarla y lo único que hice fue perderla, ahora me odia. Sólo quiero pudrirme en la cárcel.
La abogada, pálida y temblorosa, se marchó sin decir nada. Al día siguiente Eduardo fue visitado por un abogado:
– Hola, me llamo Víctor Sánchez, y soy el abogado que ha designado el Colegio de Abogados para usted tras la renuncia de Claudia Blasco, quien por cierto me ha confiado una carta dirigida a su nombre. Aquí la tiene.
Eduardo cogió el sobre cerrado que le tendía su nuevo abogado. Sin mirarlo siquiera lo despedazó y tiró los restos a la papelera.
–Ya le dije a esa tía que no quiero defensa alguna, y tampoco me interesa lo que tenga que decirme en una carta.
Pero quizás, sólo quizás, Eduardo hubiera hecho bien en leer esa carta que decía:
“Querido Eduardo:
El mundo es un pañuelo, y a veces un pañuelo empapado de lágrimas.
Espero que te vaya bien con tu nuevo abogado y que él sepa hacerlo mejor que esta inexperta y recién licenciada en Derecho. Hazme caso y alega enajenación.
Tenías razón en una cosa. Aquella niña que conociste con seis años no murió. Si es cierto que sufrió un accidente, pero para nada estuvo al borde de la muerte. Sus padres tuvieron problemas financieros y se mudaron sin decir nada a nadie justo el día en que ella salió del hospital. Supongo que por eso los vecinos pensaron que había muerto y que se mudaban para olvidar su muerte, pero no fue así. Por eso no podías saber que estaba viva, y mucho menos que era la abogada a la que llamabas “pequeña picapleitos”.
El mundo es un pañuelo, y a veces un pañuelo empapado de lágrimas.
Lamento que las cosas hayan acabado así.
Claudia.”