Inocencia
A los seis años el mundo le parece a Claudia infinito, misterioso y lleno de aventuras, y siente que la vida es eterna. Sabe que la gente se muere porque alguien se lo ha dicho, pero lo sabe como sabe que existen cosas llamadas planetas o microbios; es algo que no puede ver y que por tanto no va con ella.
La vida de Claudia consiste en unos padres cariñosos y atentos, en sus maestros y amigos del cole, en su colección de peluches y muñecas, y desde unos meses sobre todo en un niño que se llama Eduardo y al que ama secretamente.
El pequeño Eduardo también tiene seis años y va a la misma clase que Claudia. Está pletórico de salud, belleza, ilusiones y timidez. Desde que Claudia vio por primera vez a ese niño tan especial casi no piensa en nada que no sea él. Se ha enamorado de la manera intensa y casta que tienen los niños de enamorarse, con pensamientos inocentes y una incomprensible necesidad de acercamiento físico y nerviosismo ante la proximidad de la persona amada.
Una tarde -una cualquiera- Claudia ve a Eduardo jugando en un parque -uno cualquiera-. El niño, arrodillado e inmerso en quién sabe qué fantasías habla quedamente a sus coches de juguete poniendo perdidas de barro las rodilleras de los pantaloncitos vaqueros. "Su mamá le va a castigar", piensa Claudia, siempre preocupada por el objeto de su amor platónico. Después de esa idea otro pensamiento muy diferente se adueña de sus actos. Agarra firmemente el folio en el que a su manera había hecho un dibujo para él (aun no sabía escribir cartas de amor), y con él en la mano y el corazón en la boca se acerca a Eduardo. Claudia se arrodilla frente al niño, le tiende el dibujo y en un impulso dice:
-¿Me das un beso, Eduardo?
Él, sin levantar la vista de sus juguetes, se queda mudo y paralizado. Nunca le había pasado algo así. Claudia ve enrojecerse los pequeños mofletes de Eduardo. Transcurren interminables segundos pesados y fríos durante los que el mundo -infinito, misterioso, lleno de aventuras- parece haberse parado para Claudia. El niño exagera su gesto de concentración y tiene ahora el entrecejo arrugado y los labios fruncidos. Claudia, con la mano que sostiene aquel dibujo extendido, empieza a pensar que ha cometido un error. Él, aún con la mirada clavada en el suelo y el gesto reconcentrado se sorbe los mocos y limpia su chata nariz con la manga de la bata escolar. Claudia siente que además del tiempo se ha detenido su corazón. Entonces él levanta la cara, mira atentamente a esa compañera de colegio que gusta tanto a todos sus amigos y se da cuenta, por primera vez, de lo guapa que es. Eduardo coge el dibujo. Es demasiado joven para saber cómo actuar en situaciones incómodas como aquella, cuando al fin responde: "Bueno", dice Eduardo con la voz segura.
Entonces se dan un fugaz beso en la mejilla mientras algo les cosquillea por dentro.
A los seis años el mundo le parece a Claudia infinito, misterioso y lleno de aventuras, y siente que la vida es eterna. Sabe que la gente se muere porque alguien se lo ha dicho, pero no puede saber que ella misma morirá atropellada dentro de una semana.
Eso, al menos, le librará de ver a Eduardo, que con el paso de los años acabará convertido en un mal hombre -uno cualquiera-.